lunes, 10 de junio de 2019

DOCUMENTO DEL VATICANO SOBRE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO


El Vaticano se ha pronunciado sobre la ideología de género en la educación con un documento de la Congregación para la Educación Católica titulado “Varón y mujer los creó. Para una vía de diálogo sobre la cuestión del género en la educación”. En el documento se explica que “se difunde cada vez más la conciencia de que estamos frente a una verdadera y propia emergencia educativa, en particular por lo que concierne a los temas de afectividad y sexualidad”.

El Vaticano advierte que “la desorientación antropológica, que caracteriza ampliamente el clima cultural de nuestro tiempo, ha contribuido a desestructurar la familia, con la tendencia a cancelar las diferencias entre el hombre y la mujer, consideradas como simples efectos de un condicionamiento histórico-cultural”. En este contexto, “la misión educativa enfrenta el desafío que surge de diversas formas de una ideología, llamada gender, que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer”.


Esta ideología “presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo”.

“La visión antropológica cristiana ve en la sexualidad un elemento básico de la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los demás, de sentir, de expresar y de vivir el amor humano”. Por ello, “la Congregación para la Educación Católica, dentro de sus competencias, tiene la intención de ofrecer algunas reflexiones que puedan orientar y apoyar a cuantos están comprometidos con la educación de las nuevas generaciones a abordar metódicamente las cuestiones más debatidas sobre la sexualidad humana, a la luz de la vocación al amor a la cual toda persona es llamada”.

De esta manera, “se quiere promover una metodología articulada en las tres actitudes de escuchar, razonar y proponer, que favorezcan el encuentro con las necesidades de las personas y las comunidades”.

Escuchar. El documento plantea una serie de puntos de encuentro, como “la educación de niños y jóvenes a respetar a cada persona en su particular y diferente condición, de modo que nadie, debido a sus condiciones personales (discapacidad, origen, religión, tendencias afectivas, etc.) pueda convertirse en objeto de acoso, violencia, insultos y discriminación injusta”.

Esta ideología “induce proyectos educativos y pautas legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente libres de la diferencia biológica entre el hombre y la mujer”.

Razonar. En el documento, se presentan una serie de “argumentos racionales que aclaran la centralidad del cuerpo como un elemento integral de la identidad personal y las relaciones familiares”. Recuerda que “desde un punto de vista genético, las células del hombre (que contienen los cromosomas XY) son diferentes a las de las mujeres (cuyo equivalente es XX) desde la concepción”. El proceso de identificación de la persona “se ve obstaculizado por la construcción ficticia de un ‘género’ o ‘tercer género’. 

Proponer. El Vaticano aborda la introducción de la ideología de género en la educación y señala que “sin una aclaración satisfactoria de la antropología sobre la cual se base el significado de la sexualidad y la afectividad, no es posible estructurar correctamente un camino educativo que sea coherente con la naturaleza del hombre como persona, con el fin de orientarlo hacia la plena actuación de su identidad sexual en el contexto de la vocación al don de sí mismo”.

El primer paso para esa aclaración antropológica “consiste en reconocer que también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo”. Explica que “la antropología cristiana tiene sus raíces en la narración de los orígenes tal como aparece en el Libro del Génesis, donde está escrito que ‘Dios creó al hombre a su imagen, varón y mujer los creó’. En estas palabras, existe el núcleo no solo de la creación, sino también de la relación vivificante entre el hombre y la mujer, que los pone en una unión íntima con Dios”. “Esta es la respuesta antropológica a la negación de la dualidad masculina y femenina a partir de la cual se genera la familia. El rechazo de esta dualidad no solo borra la visión de la creación, sino que delinea una persona abstracta que después elige para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya”.

“La familia es el lugar natural en donde esta relación de reciprocidad y comunión entre el hombre y la mujer encuentra su plena actuación”. Hace hincapié en que en la familia “se fundan dos derechos fundamentales que siempre deben ser respaldados y garantizados”. “El primero es el derecho de la familia a ser reconocida como el principal espacio pedagógico primario para la formación del niño”.

El segundo derecho “es el del niño a crecer en una familia, con un padre y una madre capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo y su madurez afectiva. Seguir madurando en relación, en confrontación, con lo que es la masculinidad y la feminidad de un padre y una madre, y así armando su madurez afectiva”.

El documento del Vaticano explica que “a la acción educativa de la familia se une la de la escuela, que interactúa de manera subsidiaria”. “La escuela católica debe convertirse en una comunidad educativa en la que la persona se exprese y crezca humanamente en un proceso de relación dialógica, interactuando de manera constructiva, ejercitando la tolerancia, comprendiendo los diferentes puntos de vista y creando confianza en un ambiente de auténtica armonía”. “La educación a la afectividad necesita un lenguaje adecuado y moderado. En primer lugar, debe tener en cuenta que los niños y los jóvenes aún no han alcanzado la plena madurez y empiezan a descubrir la vida con interés. Por lo tanto, es necesario ayudar a los estudiantes a desarrollar un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad”.

Por estas razones, “no se puede dejar a la familia sola frente al desafío educativo. Por su parte, la Iglesia continúa ofreciendo apoyo a las familias y a los jóvenes en las comunidades abiertas y acogedoras”.

Lee el documento aquí

Fuente: Aciprensa

¿IGUALDAD O IGUALITARISMO?


Recuerdo haber escuchado al Papa Francisco dos expresiones que, aparentemente, bien podrían parecer pensamientos contradictorios: “Todos somos iguales a los ojos de Dios”, y, “cada uno de nosotros es único e irrepetible”… Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Somos iguales o somos diferentes? ¿Hay que apostar por la igualdad o por la diversidad?

Es curioso, porque así como en las últimas décadas del siglo pasado, lo que ‘se llevaba’ en Occidente era la diversidad y la pluralidad; en estos inicios del siglo XXI, la igualdad es el valor en alza. Las tendencias culturales se caracterizan (me atrevo a añadir que, por desgracia), por la llamada ‘ley del péndulo’. La diversidad fue reivindicada en un tiempo, como un grito de libertad frente a una tradición que se percibía como impuesta por nuestros antepasados. En ese contexto, el pensamiento relativista caracterizó el movimiento reivindicativo de la diversidad. Pero, llegado un determinado momento, cuando la cultura alternativa pasó a ser la dominante, el relativismo dio paso a la dictadura del relativismo; y la reivindicación de la diversidad fue suplantada por la de la igualdad.

Por ejemplo, el escritor ruso Alexander Solzhenitsyn se rebeló contra el intento de imposición del igualitarismo por parte de la dictadura soviética. Frente a un estado totalizante que pretendía imponer un pensamiento único, el literato formuló una expresión especialmente lúcida y de gran valor ético y espiritual: «Los seres humanos nacen con distintas capacidades. Si son libres, no son iguales. Si son iguales, no son libres«. Así mismo, los disidentes del maoísmo chino han sido y siguen siendo reivindicadores de la pluralidad; ya que perciben que el igualitarismo es una coartada para el control social y un camino hacia la esclavitud.

Es triste constatarlo, pero tanto la reivindicación de la ‘diversidad’ como la de la ‘igualdad’, han estado integradas en la estrategia de poder de cada momento histórico; en lugar de ser expresión del deseo de explorar la riqueza de la condición humana.

Sin embargo, más allá de estrategias políticas, desde el punto de vista antropológico, no estamos ante dos aspectos que debieran ser percibidos como antagónicos, sino ante dos valores que se complementan y que deben ser cultivados conjuntamente. Cuando el Papa afirmaba que “todos somos iguales a los ojos de Dios”, se refería a la igual dignidad de todos los seres humanos, independientemente de nuestra cultura, clase social, religión, edad, salud, etc. Ante Dios (o dicho de otro modo, desde el punto de vista objetivo), un enfermo de alzheimer, un indigente, o el nasciturus gestante en el seno materno, tienen la misma dignidad que un deportista de élite o el ganador de unos comicios electorales. Y sin embargo, cada uno de ellos es ‘único e irrepetible’, ya que el ser humano no es ‘reproducido’, sino ‘procreado’ (engendrado en colaboración con el acto creador de Dios). Esto último es clave para entender la razón por la que no hay, ni habrá, en todo el mundo, a lo largo de la historia de la humanidad, dos seres humanos iguales.

Por ello, el humanismo cristiano predica la igual dignidad (al tiempo que la diversidad) de los seres humanos, que –dicho sea de paso— son una condición necesaria para aspirar a la comunión en la complementariedad.

Llegados a este punto, cito dos textos del Papa Francisco que no tienen desperdicio. Frente a la pretensión de desdibujar la complementariedad entre el hombre y la mujer, el Papa afirma: “Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer. Ésta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia.” (Amoris Laetitia, n. 56). No son de recibo las desigualdades injustificadas entre el hombre y la mujer; como tampoco tiene sentido una indiferenciación irracional.

En referencia al encuentro entre ‘diferentes’ (perfectamente aplicable al reto de la interculturalidad), dice Francisco: “La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una «unidad en la diversidad», o una «diversidad reconciliada». En ese estilo enriquecedor de comunión fraterna, los diferentes se encuentran, se respetan y se valoran, pero manteniendo diversos matices y acentos que enriquecen el bien común. Hace falta liberarse de la obligación de ser iguales.” (AL n. 139).

En resumen, los vaivenes pendulares de la cultura se mueven entre la reivindicación de la pluralidad y la igualdad. Pero, una cosa es la pluralidad y otra el relativismo; de la misma forma que tampoco cabe identificar igualdad con igualitarismo. El verdadero reto es superar estas falsas dialécticas, por el camino de la comunión (unidad en la diversidad).

La fiesta de Pentecostés ilustra tanto el valor de la igualdad como el de la diversidad. Aquellos doce apóstoles reunidos en torno a María en el Cenáculo de Jerusalén, no podían ser más distintos, y sin embargo, no pudieron vivir una experiencia mayor de comunión en la unidad del Espíritu Santo. Podríamos decir que ‘Pentecostés’ es el ‘antiBabel’. El milagro del Espíritu Santo es lograr la unidad en la diversidad, la sinfonía entre diferentes. La gracia del Espíritu Santo es la comunión, haciéndonos capaces de ‘hablar un mismo idioma’. Todo un reto para nuestra cultura, y en especial para los cristianos, ya que la primera comunidad cristiana nos puso el listón muy alto: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32)… ¡Ven, Espíritu Santo!

(Artículo de J.I. Munilla, Obispo de San Sebastián)

viernes, 7 de junio de 2019

DECÍDETE A CAMBIAR DE ZAPATOS


Dice un refrán popular "dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Pues bien, en nuestra sociedad del “buen rollo” existe una alarmante dificultad para sentir compasión y experimentar empatía. Podemos pensar en la popularidad de youtubers que se dedican a burlarse de contenidos ajenos; en el éxito de los jurados de programas como “La voz” o “Got Talent” cuando sus opiniones son sarcásticas o humillantes; o en el tono que se vive en las gradas de los campos de fútbol -profesionales o amateurs-, donde la alegría de la competición amistosa es sustituida a menudo por un clima de confrontación y mal perder verdaderamente irracional.

Nos encanta hablar de solidaridad y empatía, pero tanta palabrería difícilmente oculta la tendencia egocéntrica de nuestra sociedad individualista. Asistimos, pues, a un ocaso de la empatía. Nos cuesta ponernos en la piel del otro; probarnos sus zapatos. Este ocaso de la empatía obedece, al menos, a cuatro causas.

1. La epidemia del narcisismo. Las personas egoístas, obsesionadas con su currículum y su autoimagen, están demasiado centradas en sí mismas como para comprender lo que puede estar sintiendo otra persona. Quien se cree una persona realmente especial y única, lógicamente no tendrá muchos incentivos para intentar comprender cómo se siente “el resto de los mortales”, que no comparte su carácter genial e irrepetible.

2. La omnipresencia de las pantallas. La empatía se desarrolla mirando a los demás, aprendiendo a interpretar un leve gesto, una medio sonrisa, una mirada. Se ha demostrado cómo el hecho de articular nuestras relaciones y conversaciones a través de pantallas reduce considerablemente la capacidad de entender qué le está pasando a la otra persona. Las pantallas, por muchos emoticonos que pongamos, nos hacen menos empáticos.


3. Los modelos que nos presentan los medios de comunicación y la cultura. En los medios de comunicación –programas, series y películas- predominan los modelos triunfadores, competitivos y polémicos. En este sentido, es divertido comparar el héroe de una película de John Ford con el héroe de una película actual: su aspecto, sus reacciones, sus pectorales, sus valores. O comparar las canciones de amor de hace 40 ó 50 años con los temas –¿amorosos?- de Bad Bunny o de Maluma. No somos inmunes a estos modelos, que permean poco a poco nuestra personalidad y nos hacen personas más pragmáticas, hedonistas y egoístas.

4. Clima de competitividad y cultura del éxito. La cultura del éxito y la competición pone un acento especial en el resultado. Hay que triunfar, ya se sabe. Dios no te creó para estar en la media, para ser uno más. Así, no importa tanto el esfuerzo ni el camino recorrido con otros, sino llegar el primero a la meta, el resultado final. Conforme a esta lógica, el triunfador es el niño que saca buenas notas –aunque sea un idiota- o el adulto que tiene una carrera profesional exitosa y lleva trajes de Armani, aunque su vida familiar sea un desastre o no tenga relaciones de amistad significativas y profundas. 

Todos estos factores hacen que, más allá de apelaciones ocasionales a la empatía, hechas muchas veces con un enfoque egoísta, “porque ser empático es rentable social y profesionalmente”, vivamos en una sociedad fría e individualista.

Pues bien, para rescatar la empatía como un verdadero valor social hacen falta personas disidentes, que conformen una verdadera resistencia: la resistencia de la empatía, del cariño y de la ternura. Lo que no equivale a ser infantiloides, ñoños ni blandos. Se puede ser cariñoso y a la vez exigente; humilde y fuerte; tierno y responsable. No nos dejemos engañar por caricaturas distorsionadas y acarameladas del corazón.

La reivindicación de la empatía requiere principalmente reeducar el corazón, para aprender a ponernos más a menudo en los zapatos de los demás. Cada uno podrá contribuir a esta nueva educación afectiva de distintas formas.

– Los medios de comunicación y las personas influyentes, podrán presentar modelos compasivos y humildes, que estén abiertos a los demás y valoren el trabajo en equipo. Retirar un poco el foco de personas, personajes y personajillos ególatras y pagados de sí mismos, y dar más cuota de pantalla a otros líderes más generosos y empáticos.

– Los educadores y las familias, deberían recordar que la clave de la felicidad no es un punto más en la nota media, ni un coche diez mil euros más caro, sino más bien la capacidad de establecer relaciones significativas con otras personas. No insistas tanto a tu hijo en lo trascendental que es sacar buenas notas; repítele que más importante es tener un buen corazón.

– Cada uno de nosotros podría intentar mirar un poco más a los lados y ponernos más a menudo en la piel de los demás.

Educar el corazón. Cambiar más de zapatos. Reconquistar la empatía. Eso sí que son objetivos ilusionantes, y no conseguir más likes, adelgazar dos kilos o ahorrar lo suficiente para poder comprarnos un bolso de marca. No te conviertas en un burgués triste y narcisista. Sacúdete la comodidad y el egoísmo, tan pegajosos como aburridos. Apúntate a la resistencia. Engorda tu capacidad de amar. Decídete a cambiar más de zapatos.


(Artículo aparecido en Aleteia)