miércoles, 30 de mayo de 2018

CÓMO ALCANZAR LA SANTIDAD EN LA VIDA COTIDIANA


En palabras del Papa Francisco “la llamada a la santidad, que es la llamada normal, es la llamada a vivir como cristiano, y vivir como cristiano es lo mismo que decir ‘vivir como santo’. Muchas veces pensamos en la santidad como una cosa extraordinaria, como si consistiera en tener visiones o rezar oraciones elevadísimas. Algunos piensan que ser santo significa tener una cara de imagen religiosa. No. Ser santo es otra cosa”.

“¿Qué es caminar hacia la santidad? Pedro lo dice: ‘Poned toda vuestra esperanza en aquella gracia que se os dará cuando Jesús se manifieste’”. Por lo tanto, “caminar hacia la santidad consiste en caminar hacia aquella gracia que viene al encuentro, caminar hacia la esperanza, permanecer en tensión hacia el encuentro con Jesucristo”.

El Papa lo comparó con cuando se camina hacia una luz y esa luz evita que se vea bien el camino: “Pero no nos equivocamos porque vemos la luz y conocemos el camino”. Por el contrario, “cuando caminamos con la luz a la espalda, se ve bien el camino, pero en realidad delante de nosotros hay sombras, no luz”.

Para caminar hacia la santidad, “es necesario ser libres y sentirse libres”. En este sentido, advirtió que “hay tantas cosas que nos esclavizan…”. Por eso, Pedro “exhorta a no conformarse con los deseos de los tiempos en que vivíais en la ignorancia”.

También Pablo, en la Primera Carta a los Romanos, “recomienda no caer en los esquemas humanos, en el modo de pensar mundano, en el modo de pensar y de juzgar que te ofrece el mundo, porque eso te quita la libertad, y para andar hacia la santidad es necesario ser libres: la libertad de caminar mirando la luz, de ir adelante. Y cuando regresamos al modo de vivir que teníamos antes del encuentro con Jesucristo, o cuando regresamos a los esquemas del mundo, perdemos la libertad”.

Además, recordó cómo en el Libro del Éxodo se narra que muchas veces el pueblo de Dios se negaba a mirar adelante, hacia la salvación, y preferían mirar hacia el pasado “lamentándose y recordando la buena vida que llevaban en Egipto, donde comían cebollas y carne. En los momentos de dificultad, el pueblo regresa atrás. Pierde la libertad. Es cierto que comían cosas buenas, pero en la mesa de la esclavitud”.

“En el momento de la prueba, siempre tenemos la tentación de mirar hacia atrás, de mirar a los esquemas del mundo, a los esquemas que teníamos antes de comenzar el camino de la salvación, sin libertad. Y sin libertad no se puede ser santo. La libertad es la condición para poder caminar mirando la luz hacia adelante”.

Francisco animó a “no entrar en los esquemas de la mundanidad. Hay que caminar adelante, mirando a la luz que es la promesa, con esperanza”. Recordó que el Señor “llama todos los días a la santidad”, y señaló dos medidas para comprobar si se avanza hacia la santidad: “en primer lugar, si miramos la luz del Señor en la esperanza de encontrarlo. En segundo lugar, si cuando llegan las pruebas miramos adelante y no perdemos la libertad refugiándonos en los esquemas mundanos”.

Fuente: Aciprensa

martes, 29 de mayo de 2018

LA ALEGRÍA ES LA RESPIRACIÓN DEL CRISTIANO


Durante la Misa celebrada este lunes 28 de mayo en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco estableció una clara diferencia entre la alegría cristiana y la alegría que solo tiene como fin el divertimento. En su homilía, el Santo Padre explicó que la alegría “es la respiración del cristiano”, y se trata de una alegría hecha de verdadera paz, no engañosa como la alegría que ofrece la cultura actual que “se inventa tantas cosas para divertirnos”.

“La alegría cristiana es la respiración del cristiano, un cristiano que no es alegre en el corazón no es un buen cristiano. Es la respiración, el modo de expresarse del cristiano, la alegría. No es algo que se pueda comprar, o que se pueda lograr con esfuerzo. No. Es un fruto del Espíritu Santo. Aquel que nos da la alegría del corazón es el Espíritu Santo”, fueron las palabras de Francisco.

En este sentido, subrayó que el primer paso para obtener la alegría es la paz, y para obtener la paz hay que tener memoria: “No podemos, de hecho, olvidarnos de aquello que ha hecho el Señor por nosotros, regenerándonos a una nueva vida”.

El Pontífice señaló que memoria y esperanza son los dos componentes que permiten a los cristianos vivir en la alegría, no en una alegría vacía, sino en una alegría de “primer grado”.

“La alegría no es vivir de risa en risa. No, no es eso. La alegría no es ser divertido. No, tampoco es eso. Es otra cosa. La alegría cristiana es la paz. La paz que se encuentra en las raíces, la paz del corazón. La paz que solo Dios nos puede dar. Esa es la alegría cristiana. Y no es fácil custodiar esa alegría”.

Por ello, lamentó que en el mundo contemporáneo la sociedad se ha contentado con “una cultura donde se inventan “trocitos de dulce vida”, cosas “para divertirnos”, pero que no satisfacen plenamente. Por el contrario, la verdadera alegría, la que procede del Espíritu Santo, “vibra en el momento de las tribulaciones, en el momento de las pruebas”.

“Hay una inquietud buena, pero hay otra que no es buena, que es la de buscar la seguridad ante todo, la de buscar el placer ante todo”, concluyó el Papa.

Fuente: Aciprensa

viernes, 25 de mayo de 2018

¿CUÁNTAS VECES AL DÍA ESTÁS EN SILENCIO PARA ESCUCHAR TU INTERIOR?

Dios es Palabra, una voz que resuena, y que puede constituirse en un grito atronador. Dios es también silencio y quietud, que habla sosegadamente, llamándonos a una fina escucha. Dios comunica sus misterios, primordialmente por el silencio. Él desea ser escuchado. Quiere hablarnos, pero en su lenguaje, y a su manera. Para oírlo necesitamos, primeramente, ir acallando la invasiva bulla.

En estos tiempos en que la comunicación constituye una necesidad imperiosa, necesitamos hacer silencio para adentrarnos en nuestra propia interioridad, para aprender a transitar hacia nosotros mismos. También necesitamos hacer silencio para escuchar al otro, a quien la bulla cotidiana puede avasallar.

El silencio se hace más apremiante, aún, porque lo necesitamos para indagar sobre Dios, que habita en el tabernáculo silencioso de nuestra interioridad. Aquel será un ámbito de encuentro con el Padre, un “santuario” para conocerlo, para escuchar su voz, para aprender de su amor, porque Dios es la plenitud del amor, que se manifiesta por el acto de oblación más sublime: “Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él”. El amor de Dios consiste, “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”.

El silencio es la tierra sagrada para toparse con Yahvé; el suelo santificado que obligó a Moisés a descalzarse. Al hacerse hombre, Jesús va guiando nuestros pasos para que volvamos a posarnos en la tierra de Dios, plenitud de la paz y del consuelo; para que restablezcamos el diálogo perdido; para reencontrar la semejanza con el Padre, extraviada por el pecado original.

San Ignacio de Antioquía aporta una hermosa expresión, que avisa sobre el sendero callado: “Quien ha entendido las palabras del Señor, comprende su silencio; porque el Señor es conocido en su silencio”.

El silencio nos permite apreciar aquello que es esencial. En su obra “El Señor”, el gran teólogo Romano Guardini afirmaba que “en el silencio es donde suceden los grandes acontecimientos”.

Vivir el silencio constituye una necesidad capital para cualquier persona, más aún para el cristiano, porque en nuestro quehacer escuchamos un sinfín de palabras. El reto está en distinguir aquellas que son primordiales, porque en lo dicho se hace presente la Palabra divina, como la perla que se halla escondida en medio del campo y los abrojos. Dios continúa hablándonos, pero su voz fuerte y poderosa solamente puede ser apreciada en el silencio, alejado del bullicio que nos distrae.

Es penoso comprobarlo, pero nos hemos desacostumbrado a acoger el misterio, a prestar oídos al tesoro de la Palabra divina. La inapreciable joya es la Palabra que viene de Dios, la Palabra que es Dios. Sin embargo, se trata de una “presea” cada vez más inalcanzable, dado el entorno en que las mayorías convivimos y en que nos desarrollamos.

Vivimos en un mundo bullicioso, inundado de incesantes sonidos, emitidos por el tráfico vehicular, la TV, o los teléfonos inteligentes. La vida moderna proporciona enormes beneficios, juntamente con el abrumador bombardeo sensorial en la forma de ecos resonantes, multitudes estridentes y las demandas de los infaltables dispositivos electrónicos.

Todos los días nos sometemos a las presiones del ruido, de la palabrería y del agitado tumulto. ¿Quién puede sustraerse de la “contaminación” digital? Que familiar se nos hace entrar a un café, por ejemplo, donde cada persona que comparte las mesas está concentrada en su celular.

Algo análogo, aunque más preocupante, ocurre en la vida familiar, donde el foco de atención puede ser el IPad, el móvil o los video juegos. Sorprende ver a todos enfocados en los twiters, o en sus cuentas de Facebook, como si el destino de la humanidad dependiese de un dato o de una foto reciente, colocada en Instagram. A cuantos jóvenes y adultos vemos juntos, pero encerrados en sí mismos, aislados de los demás, apresados por sus audífonos, escuchando alguna música estridente.

El silencio constituye una alternativa a estas formas de bullicio. La investigación muestra que la quietud y el sosiego serenan la ansiedad. En este sentido, tenemos que nadar contracorriente, contra el ruido y las distracciones cotidianas que nos dificultan escuchar la propia voz, la del prójimo y, principalmente, la de Dios.

El cristiano necesita ser un tanto rebelde, porque requiere creer firmemente que el silencio constituye un valor esencial. Tiene que aprender a ser un contemplativo en medio del alboroto de la creación. Necesita descubrir cotidianamente la belleza aportada por el silencio y la serenidad de Dios.

La renuncia a la “dictadura del ruido” constituye un paso firme hacia la libertad auto poseída. Sería absolutamente irreal pretender que alguien podría estar en capacidad de “apagar”, aunque sea momentáneamente, la bulla del mundo. La tecnología, con sus luces y sombras, permanecerá, conformando un ámbito esencial de la existencia humana. Por ello, el silencio y la contemplación cumplen una misión primordial: en la dispersión de cada día nos ayudan a conservar una permanente conciencia de Dios y de nuestra identidad.

El gran valor del cristiano es constituirse en testigo de Dios en medio del mundo. De la mano de Dios podremos forjar un mundo más bondadoso y reconciliado. Pero el ser humano porta una naturaleza herida. Difícilmente podemos cegarnos ante sus rupturas, que lo sitúan en el llamado “territorio de la desemejanza”, un ámbito de lejanía, de mentiras existenciales y de subjetivismos.

Existen innumerables análisis y testimonios de su preocupante estado. Basta revisar diariamente los medios noticiosos. Ellos nos tienen acostumbrados a una selección de injusticias y crueldades. En el mejor de los casos, a una cultura de la distracción. Abunda la violencia que reaparece en los conflictos étnicos, religiosos y culturales. Es exacto hablar de un mundo en crisis.

Dios nos coloca un reto grandísimo para testimoniar su amor salvífico hacia el mundo. ¿Cómo podremos realizarlo? Con su ayuda. Admitiendo nuestras limitaciones y clamando por su gracia santificante.

Dios nos aguarda pacientemente, tocando la puerta de nuestro hogar. ¿Cómo responderle? De diversas maneras. No se trata de “encajonar el espíritu”, pero a Dios podemos hallarlo especialmente en la oración, en la meditación, en el anuncio de la Palabra, en los sacramentos, entre los desposeídos, sirviendo a los desamparados, escuchando al solitario. ¡También lo encontramos en el silencio!

El Papa Benedicto XVI sopesaba alguna vez este gran dilema, del llamado de Dios a las personas, tal como somos, con nuestras pobrezas y grandezas. “¿Cómo podremos, siendo parte de este mundo, con todas sus palabras, hacer presente la Palabra en las palabras, si no es mediante un proceso de purificación de nuestro pensar y de nuestras palabras? ¿Cómo podremos abrir el mundo -y en primer lugar a nosotros mismos- a la Palabra sin entrar en el silencio de Dios, del cual procede su Palabra?”, interrogaba. “Tenemos necesidad del silencio que se vuelve contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios, y así llegar al punto donde nace la Palabra redentora”.

Hacerle especial espacio a la Palabra de Dios constituye un gran desafío, que exige de nosotros confianza, paciencia y humildad. Nos convierte en colaboradores de la verdad, voces de lo auténtico, porque nosotros no hablamos solamente en un río de palabras, sino que, confiando en la Palabra, la verdad podrá hablar en nosotros. Así podremos ser auténticos portadores de la verdad de Dios, construida en torno al amor y la caridad.

(Artículo de Alfredo Garland en Aciprensa)

miércoles, 23 de mayo de 2018

¿PORQUÉ NOS CUESTA ABRIR EL CORAZÓN A DIOS?


Más allá de querer o no, tener presente a Dios en nuestras vidas; que abramos o no, las puertas de nuestro corazón; que nos esforcemos o no, para que Dios sea más o menos importante para nosotros, la verdad –aceptemos o no– es que su huella está profundamente inscrita en nuestro interior. Negar esa realidad es negarnos a nosotros mismos. Es negar el origen y fundamento de lo que somos. De cómo aceptemos o vivamos esta realidad dependerá nuestra realización personal.

Preguntémonos: ¿Por qué existo? ¿Por qué yo soy quien soy, y no otro? No somos dueños de nuestras vidas. No somos nosotros quien elegimos existir, y mucho menos ser quienes somos. Decir que existimos y somos quién somos gracias a nuestros padres y ancestros no es equivocado, pero quedarnos solamente con esa dimensión de la realidad sería empobrecer nuestras existencias. Nuestros padres nos conceden la existencia genética y biológica, nos educan, nos forman, etc… además de las características, riquezas y deficiencias que podemos tener de por sí, mucho de lo que somos depende también de lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida, en los distintos lugares dónde nos desenvolvemos. Pero aun así, hay algo en nuestro interior que define quienes somos. Eso es nuestro espíritu. Nuestro interior. Nuestra consciencia. Nuestro “corazón”. Es decir, nuestro “mundo interior”. Es algo muy distinto en cada persona. Esa diferencia interior, del corazón, espiritual, no lo recibimos de los padres, ni tampoco es algo que la sociedad poco a poco va determinando. Tampoco somos nosotros quien lo elegimos. Así nacemos. Así lo ha querido Dios. Querámoslo o no.

¿Qué tan profundo es nuestro mundo interior? ¿Nos sentimos satisfechos con lo que el mundo puede ofrecernos? No hablo sólo en términos negativos. Efectivamente, hay muchas cosas valiosas como nuestro trabajo, estudios, la familia, nuestros hijos, etc… realidades de nuestra vida que son fundamentales y realmente llenan de felicidad nuestro mundo interior. Pero todas ellas son finitas, en algún momento terminan. Entonces brota la pregunta: ¿Todo eso llena y satisface plenamente nuestro interior? O acaso ¿no buscamos alguien que nos ofrezca una felicidad sin límites? Todos buscamos siempre lo infinito.

Por lo tanto, si sabemos que sólo Dios es esa persona infinita que puede saciar nuestra “hambre” interior ¿por qué nos cuesta abrir el corazón a Dios? Dejar que el amor de Dios llene de sentido nuestra vida. La respuesta no es fácil. Implica muchas variables. Cada uno tiene sus propias razones para abrir o no el corazón a Dios. Qué tipo de educación y formación recibimos en la familia, cuánto influenciaron nuestras amistades o el mundo con sus falsas propuestas, la educación que recibimos en las escuelas y universidad, las corrientes de pensamiento vigentes de la determinada circunstancia cultural en la que vivimos. Experiencias problemáticas o traumáticas que llevaron a que cerrásemos nuestros corazones, no sólo a Dios, sino a los demás.

Esas experiencias difíciles o traumáticas pueden generar problemas de índole psicológica que distorsionan la manera como nos acercamos a la realidad. También las experiencias de sufrimiento y dolor que podemos atravesar en la vida, pueden, en muchos casos, llevar a renegar de Dios. Cómo si Dios fuera el culpable de todo lo malo que sucede en la vida. Por otro lado, están los que creen que Dios nunca los escucha, los que no saben cómo hablar o relacionarse con Él. Los que están tan encerrados en sí mismos, que no son capaces de percibir la acción de Dios en sus vidas. También están aquellos que sencillamente no conocen a Dios. Por distintas razones nadie les habló de Dios, ni tampoco les ayudaron a acercarse a Él. Finalmente, están nuestros propios pecados personales, que objetivamente nos alejan de Dios, que nos hacen creer que ya no somos dignos de acercarnos a Él. Nos desesperanzamos. Creemos que no hay salida para nuestra postración. Estas son algunas razones por las que se hace difícil que Dios entre en nuestros corazones. Cada persona tiene sus propias dificultades. Sino superamos esas dificultades terminaremos alejándonos cada vez más de Él.

Sin embargo, Dios nunca se cansa de salir a nuestro encuentro. Conoce nuestros corazones. Nos conoce mucho mejor que nosotros mismos. Apuesta por nosotros. Desde el comienzo, luego del pecado original, promete un Mesías, un Salvador, que vendría a liberarnos del pecado, que vendría a iluminar la oscuridad en la que vivimos. A lo largo de toda la historia del pueblo de Israel, Dios se fue manifestando progresivamente a través de los Patriarcas, profetas, reyes… y, finalmente, envío su propio hijo, que siendo Dios, nació de la Virgen María y se hizo hombre. El todopoderoso se hizo pequeño como un bebe. El Eterno se hizo finito y mortal. Se alegró, se entristeció y lloró. Asumió el peso de nuestros pecados. Apostó tanto por nosotros, se involucró tanto, nos ama tanto, que llegó al punto de entregar su Hijo único a que muriera en la cruz, por nuestros pecados.

¿Qué debemos hacer? Si percibo algo de eso en mi vida, ¿qué tengo que cambiar? El camino, más que preguntarnos ¿qué hacer? ¿Qué cambiar? es descubrir en Dios una persona real con quien puedo relacionarme. Puedo tener muchos y distintos problemas, pero se trata de crecer y fomentar una relación personal. El hecho humano de la relación personal es algo que vivimos cotidianamente. Nos relacionamos con nuestros familiares, amigos, colegas de trabajo, etc… A partir de la relación personal con Dios, aprenderemos a abrir nuestro corazón. Además ¿qué vamos a perder? ¿Por qué tenerle miedo? No hay ninguna razón para temerle. Él es Dios. Nos creó por amor. Entregó su Hijo único para morir en la Cruz por amor. ¿Qué más podemos pedirle a Él que nos muestre cuánto nos ama? Él nos da la verdadera felicidad. A fin de cuentas, el punto es: ¿dónde quiero poner mi corazón? ¿Dónde está mi tesoro? Pues ahí donde descubro el tesoro para mi vida es dónde pondré mi corazón. ¿Qué quiere y necesita mi corazón? Abrir el corazón no es fácil, pero está en juego nuestra felicidad.

(Artículo de Pablo Augusto Perazzo en Aciprensa)

martes, 22 de mayo de 2018

APLICACIONES DE MÓVIL PARA RECORDAR CUÁNDO HAY ACTIVIDADES EN LA PROVINCIA

La tecnología nos hace la vida más sencilla y puesto que todos tenemos algún despiste que otro (y entre ellos se puede dar el no recordar cuándo hay actividades a nivel provincial y programar otras con nuestra fraternidad), os presento algunas aplicaciones que nos pueden ayudar.

COUNTDOWN. Para recordarnos las fechas importantes, entre ellas las del calendario de actividades de nuestra provincia franciscana.

AQUALERT. Si debes incluir en tu dieta beber varios vasos de agua al día.

MEDISAFE. Esta aplicación te recuerda cuándo debes tomarte las pastillas que necesitas.

TRIPLIST. Esta App te ayudará a recordar lo que debes llevar en tu maleta para los retiros de Cuaresma, por ejemplo.

Espero que nos sirvan de mucha ayuda.

domingo, 20 de mayo de 2018

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA RESPONSABILIDAD DEL BAUTIZADO


En su última catequesis sobre el Bautismo, el Papa Francisco reflexionó sobre el significado de los símbolos de las vestiduras blancas y de la vela durante la ceremonia bautismal; señaló que las vestiduras blancas “expresan simbólicamente aquello que ha sucedido en el sacramento, anuncia la condición de transfigurados en la gloria divina”, y recordó “el mandato de llevar esa vestimenta sin mancha para la vida eterna”. Asimismo, sobre la vela indicó que “también la entrega ritual de la vela encendida del cirio pascual recuerda los efectos del bautismo: ‘Recibe la luz de Cristo’. Estas palabras recuerdan que no somos nosotros la luz, sino Jesucristo, el cual, resucitado de entre los muertos, ha derrotado a las tinieblas del mal.
Este es el texto de la catequesis:

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre el Bautismo. Los efectos espirituales de este sacramento, invisibles para los ojos pero que operan en el corazón de quien se ha convertido en una nueva criatura, se hacen explícitos mediante la entrega de la prenda blanca y la vela encendida.

Después del lavacro de regeneración, capaz de recrear al hombre según Dios en la verdadera santidad (cf. Ef 4,24), pareció natural, desde los primeros siglos, revestir a los nuevos bautizados con una prenda nueva, blanca, a semejanza del esplendor de la vida conseguida en Cristo y en el Espíritu Santo. La vestimenta blanca expresa simbólicamente lo que ha sucedido en el sacramento, y anuncia, al mismo tiempo, la condición de los transfigurados en la gloria divina

San Pablo recuerda el significado de revestirse de Cristo, cuando explica cuáles son las virtudes que deben cultivar los bautizados: "Elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente al otro…Y por encima de todo esto revestíos de caridad, que es el vínculo de la perfección”. (Col 3: 12-14).

La entrega ritual de la llama tomada del cirio pascual también recuerda el efecto del Bautismo: "Recibid la luz de Cristo", dice el sacerdote. Estas palabras recuerdan que nosotros no somos la luz, sino que la luz es Jesucristo (Jn 1, 9, 12, 46), quien, resucitado de entre los muertos, ha vencido las tinieblas del mal. ¡Nosotros estamos llamados a recibir su esplendor! Al igual que la llama del cirio pascual ilumina cada vela, el amor del Señor resucitado inflama los corazones de los bautizados, llenándolos de luz y calor. Y por eso desde los primeros siglos el sacramento del bautismo también se llama "iluminación" y al bautizado se le llamaba "el iluminado”.

Esta es ciertamente la vocación cristiana: "Caminar siempre como hijos de la luz, perseverando en la fe" (cf. Rito de la iniciación cristiana de adultos, n. ° 226, Jn 12, 36). Si se trata de niños, es deber de los padres, junto con los padrinos y madrinas preocuparse por alimentar la llama de la gracia bautismal en sus pequeños, ayudándolos a perseverar en la fe (cf. Rito del bautismo de los niños, n. 73). " La educación en la fe, que en justicia se les debe a los niños, tiende a llevarles gradualmente a comprender y asimilar el plan de Dios en Cristo, para que finalmente ellos mismos puedan libremente ratificar la fe en que han sido bautizados. "(ibid., Introducción, 3).

La presencia viva de Cristo, que debemos proteger, defender y dilatar en nosotros, es la lámpara que ilumina nuestros pasos, luz que orienta nuestras decisiones, llama que calienta los corazones para ir al encuentro del Señor, haciéndonos capaces de ayudar a los que hacen el camino con nosotros, hasta la comunión inseparable con Él. Ese día, dice también el Apocalipsis, "Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos"(véase 22: 5).

La celebración del bautismo termina con la oración del Padre Nuestro, propia de la comunidad de los hijos de Dios. En efecto, los niños renacidos en el bautismo reciben la plenitud del don del Espíritu en la confirmación y participan en la eucaristía, aprendiendo lo que significa dirigirse a Dios llamándolo "Padre".

Al final de estas catequesis sobre el Bautismo, repito a cada uno de vosotros la invitación que expresé en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate: "Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5,22-23)”.

Fuente: Aciprensa

jueves, 3 de mayo de 2018

MATERIALES DEL III ENCUENTRO DE FORMACIÓN

La ofs y la cultura from mavi

Hemos incluido los materiales del III Encuentro de formación provincial dentro de la pestaña "encuentros de formación".

Agradecemos a la comunidad de frailes franciscanos del Convento de la Virgen de las Huertas por acogernos en su casa y a la Fraternidad OFS de Lorca por la entrañable jornada de la que disfrutamos gracias a su empeño por servir a los hermanos que fuimos de distintas fraternidades. 

Tras la acogida por parte de los hermanos de Lorca tuvo lugar la catequesis y el trabajo en grupos en el que los hermanos de la zona reflexionamos sobre el papel de los franciscanos en la sociedad actual teniendo en cuenta nuestra forma de vida, apoyándonos en la Regla y Constituciones para responder a los retos actuales.