domingo, 10 de febrero de 2019

PROPUESTA PARA LA CRISIS DE NUESTRO TIEMPO


El arzobispo de Los Ángeles, Monseñor José Gómez, ha hecho una propuesta desde la fe para la crisis de nuestro tiempo en un artículo publicado en Aciprensa, en el que trató de la crisis de la persona humana de nuestro tiempo.

Monseñor hizo referencia a los misioneros españoles, que hicieron importantes contribuciones a la tradición humanista de Occidente, profundizaron nuestra comprensión de la Encarnación y sus implicaciones, ayudándonos a ver la santidad y el destino trascendente de toda vida humana hecha a la imagen de Dios y redimida en Jesucristo. Mencionó a los dominicanos Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas y al franciscano San Junípero Serra. Cada uno de ellos enfrentó un desafío histórico en cuanto a la definición y el significado de la persona humana.

El Arzobispo expuso que enfrentamos un desafío similar en nuestros días. Estamos perdiendo nuestra dimensión religiosa de la persona humana, del carácter sagrado de nuestra personalidad, es decir, de la verdad de que somos criaturas espirituales creadas a imagen de Dios, nacidas con un deseo interno de buscar la verdad y la trascendencia, un deseo que sólo Dios puede satisfacer. La crisis de la persona humana es una crisis referente a la Encarnación. Hemos olvidado la hermosa verdad de que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo unigénito para salvarnos y revelarnos sus propósitos.

La Encarnación nos revela a un Dios personal que por amor quiere compartir su vida con nosotros. A un Dios que nos ama tanto que se humilló a sí mismo para asumir la carne humana, naciendo del seno materno y criándose en una familia humana, trabajando con manos humanas y compartiendo todas las alegrías y tristezas de la vida humana, incluso los extremos de la vida humana: el sufrimiento físico y emocional y la muerte.

Mario Vittorino, un filósofo y converso del siglo IV, dijo: “Cuando me encontré con Cristo, descubrí mi verdadera humanidad”. Este es el poder del evangelio. En Jesucristo, descubrimos que la vida humana tiene una vocación divina, que nuestra humanidad fue hecha para ser “divinizada”, que fue creada para compartir la propia naturaleza de Dios. En Jesucristo descubrimos que nacemos para “renacer”, como hijos de Dios, como sus hijos e hijas amados.

Desde el principio, la imitación de Jesucristo ha sido la forma básica de la vida y espiritualidad cristianas. Jesús nos llamó a seguirlo, a pensar con su mente, a amar con su corazón, a vivir de acuerdo a sus palabras. San Pablo dijo sencillamente: “Yo imito a Cristo”. Imitar a Jesucristo es darse cuenta de la plenitud de nuestra humanidad, es conocer la perfección humana, es seguir sus pasos, vivir los misterios de su vida, tomarlo realmente como el camino y la verdad de nuestras vidas. El objetivo de imitar a Cristo es “volvernos como Jesús”, ser conscientes de su presencia dentro de nosotros. “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”, dijo San Pablo.

Este es el poder y la gracia que nos llega a través de la Encarnación. Gracias a que Cristo se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad, tenemos ahora esta asombrosa posibilidad de compartir su divinidad. Somos criaturas con cuerpo y alma, corazón y conciencia, mente y voluntad, creadas del polvo de la tierra y llenas del aliento de Dios, de su Espíritu. En su amor, Dios nos llama ahora a caminar con Jesús y a compartir su misión, es decir, nos llama a servir en el amor a nuestros hermanos y hermanas, a transformar la ciudad terrenal en el reino de Dios, a darle gloria a Dios con nuestra vida. Esta es la hermosa imagen de persona humana que estamos llamados a proclamar en nuestro tiempo.

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